Amenities. ¿Ha sustraído champú o kit de costura de su hotel? Si su respuesta es, «Sí», este posteo es para usted.
Les comenté que cuando llego a un hotel, reviso los elementos de tocador y, si valen la pena, los guardo en el fondo de mi maleta. Uso el mismo jaboncito durante tres o cuatro días, mientras que el que la mucama trae a diario es escondido bajo una maraña de libros y zapatos. Mismo procedimiento con el champú, gel de ducha, etc … Y a los conocidos que van a hoteles de lujo les pido que traigan lo que no usan. Un amigo me regaló minibotellas de champú y acondicionador del Peninsula neoyorquino, firmados por el finado Oscar de la Renta. Otro, jabones Hermès con su jabonera verde musgo del Alvear… Así transcurrió gran parte de mi vida adulta, creyendo que sólo yo hacía esas cosas… Hasta que hace unos meses, en uno de esos eventos donde te presentan al gerente de eventos del hotel X y el jefe de compras del XXY, me atreví a preguntar: «¿A ustedes les molesta que, cada tanto, alguien se lleve los amenities?».
» ¿Cada tanto dice? Señorita, todos los días del año, al menos el 50 % de los pasajeros alojados se lleva todo lo que encuentra a su paso, incluidas las batas, a pesar de un cartelito que pide que si les gustan, las paguen… También saquean focos, rollos de papel higiénico, frazadas, almohadas, toallas, paraguas, vasos, destapadores… Pero son la excepción». Lo común, continuó, es que se lleven los productos de higiene, los bolígrafos y los anotadores . Y que escondan todo en la valija para que el personal los reponga.
Traté de decir algo. Apenas una hora antes, había guardado entre mis petates un par de pantuflas, de esas tipo salón de belleza, para usar en mis fotos de moda -son útiles para que el modelo no camine con el calzado prestado-. Y todo este tiempo yo pensando que era la única acumuladora de cortesías de hotel … Mientras, mi interlocutor seguía: «Claro que en el precio de nuestra tarifa diaria están incluidos los amenities, los de tocador, ojo. No las toallas. Pero somos una gran cadena. No creo que a un hotel pequeño le cueste lo mismo reponer una que cuatro o cinco botellas de champú por pasajero».
«Bueno, al menos todos los que se llevan cosas, se llevan un recuerdo del hotel que les durará toda la vida», respondí, aunque enseguida me arrepentí. Tal vez el comentario me vendiera como la hoarder que soy… «En eso tiene razón», graznó. «Creo que es una maniobra de marketing con la que pocos cuentan».
Mi interlocutor se disculpó. Había llegado su turno de hablar ante el auditorio allí reunido y enseguida desapareció. Apuré mi copa y subí a mi habitación. Llamé a recepción y pregunté si podía quedarme con las chanclas. «Claro, señorita, son descartables».
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