Un viajero de negocios, como suelo identificarme, necesita que la travesía sea agradable desde que uno sale de su casa con la maleta. Cualquier molestia
provoca que uno catalogue al viaje como nefasto. Una de mis experiencias que entran en esta categoría ocurrió en el Hilton London Kensington. Era un frio mes marzo de 2013 en la ciudad mas ecléctica de Europa y los días eran largos y duros. Desayunos con clientes y sonrisas hipócritas desde temprano, eventos comerciales, muchas caras, saludos y elogios sobre horribles corbatas durante el día. Y luego la cena, con unas cuantas copas con la esperanza de la tan ansiada firma del cliente. Esa noche, sólo logré promesas y regresé al hotel apesadumbrado y deseando llegar rápido a mi king size temporaria. No sé en qué momento me dormí, pero si me acuerdo hasta el día de hoy cómo me desperté. El estruendo era impresionante: una alarma que perforaba mis tímpanos, una luz que se encendía intermitentemente y yo, desnudo, levantándome de un salto. No entendía nada, pero el hotel se encargó de comunicarme que algo peligroso estaba sucediendo. Atiné a ponerme un pantalón, una camiseta y zapatos, me dirigí hacia la puerta esperando recibir una humareda en la cara. Nada. Sólo gente corriendo y gritando en diversos idiomas hacia la salida de emergencia. Corrí por el pasillo detrás de una mujer descalza que solo pudo cubrir su cuerpo con la frazada. Bajé tiritando de frío por la escalera externa y me junté con el tumulto de huéspedes desalojados frente al hotel. Eran las tres de la mañana y sobraban las caras de estupor y enojo. Se escuchó una sirena a lo lejos acercándose por la avenida Holland Park: bomberos que se disponían a apagar el supuesto incendio. Entraron raudamente entre flashes de fotos de los que se habían olvidado de poner los pantalones, pero que por nada del mundo hubieran dejado su teléfono móvil. Habrán sido unos diez minutos, que sin abrigo en una noche de cinco grados parecieron eternos, hasta que salió el gerente del hotel a comunicar que… había sido una falsa alarma. Pidió disculpas en su inglés amable, y dijo que ya era seguro regresar al hotel. En otros países, lo próximo hubiera sido linchamiento y muerte del gerente, pero en la fría madrugada apenas se escucharon unos «bloody m…» por lo bajo. Acto seguido, regresamos arrastrando los pies. Claro que tuve que subir por las escaleras, pues los tres elevadores nunca fueron pensados para hacer subir a todos los huéspedes al mismo tiempo. Cinco pisos, e intentar dormir. Nunca reclamé al Hilton los daños y perjuicios ocasionados, que incluyen mi casi obsesiva revisión de la salida de emergencia al hacer el check-in en cualquier hotel al que voy. Y el miedo a despertarme de la misma manera al apagar la luz, entre otros traumas que aún sufro. Quién sabe cómo me hubieran recompensado… ¿Rewards points? ¿Noches gratis o una taza con el logo del Hilton..? Pero ya es tarde… ¿no? Foto: Frederic Dennstedt
Comentarios
Dear Oshiro,
efectivamente merecìan todos los huéspedes en esa fría noche londinense
un souvenir, al menos, un desayuno con una camarera amable que lo llevara a tu king sizae, pero bueno, too late.
De todas formas, el culpable de tantas molestias no gratificadas ya quedo identificado por su mala conducta empresarial a traves de este posteo. Lo tendremos
en cuenta para evitar alojarnos en este Hilton ingrato y mezquino.