El periodista mexicano Javier Pérez vivió poco más de un mes en el emblemático Hotel Castelar, en Buenos Aires. Esta es su historia.
Viví en el Hotel Castelar poco más de un mes. Entre sus paredes llenas de historia y sus muebles viejos. Con su ventilador que apenas si revolvía el aire bochornoso de un noviembre caluroso. Con dos camas matrimoniales a mi disposición y un baño con los años bien visibles en el que nunca me atreví a llenar la tina. Con un wi-fi que hacía que la omnipresente red virtual de veras se volviera invisible. Deambulé por sus escaleras y sus pasillos; visité su sauna al que solían llegar porteños de edad avanzada. Viví en el Hotel Castelar, en la susceptible y hermosa ciudad de Buenos Aires, poco más de un mes porque aquí fue donde se fijó mi residencia durante mi pasantía con la Revista Ñ, a la que llegué becado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y el Conaculta. No hubo mañana en que no saliera al balcón de mi habitación a mirar simplemente la céntrica Avenida de Mayo, inhalando el humo de mis cigarrillos cubanos, dejándome llevar por la deliciosa nostalgia del edificio que me cobijaba. En el Hotel Castelar vivió Federico García Lorca, en una minúscula habitación que conservan bajo llave y que muestran a los curiosos. Era ya tan conocido que me prestaban la llave para ir al noveno piso. Durante las mañanas, los alemanes y brasileños que mayoritariamente ocupaban las habitaciones de este hotel, llenaban las mesillas del restaurante. Entre fiambres y madalenas aquí contemplé a la mujer más hermosa que vi en Buenos Aires, una muchacha brasileña impresionantemente bella. El Hotel Castelar no se caracteriza por sus lujos. El alma de este icónico hotel porteño está en su historia, en lo que cuentan sus paredes, las viejas alfombras y el anticuado mobiliario. El Hotel Castelar significa, es uno de esos pedazos de historia que necesitan todas las ciudades.
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