Llegué allí en marzo de 2005. Nevaba copiosamente y tuve que subir mis maletas y bolsos unos cuatro pisos. No había ascensor, pero ya me sentía un poco en casa. Con mi novio de entonces acabábamos de encontrar una habitación en la Casa Argentina, en la Ciudad Universitaria de París. Acostumbrados a nuestra cómoda vida de clase media porteña, en casa de nuestros padres, la perspectiva de compartir entre dos un cuarto de tres metros sin baño privado era todo un desafío. Pero tenía vista a un magnífico parque y así vivimos, durante un año, como estudiantes. Un par de cuartos más adelante, en el mismo piso, Julio Cortázar había pernoctado mientras escribía la carta a bebé Rocamadour, en Rayuela.
Inaugurada en 1928, y construida con una donación de la familia Bemberg, la Casa Argentina era, por entonces, «una de las más lujosas de la Ciudad Universitaria», dijo Bernardo Houssay, huésped en «la Maison Argentine» años antes de ganarse el Premio Nobel de Medicina. Durante la Primera Guerra Mundial, el ejército alemán de ocupación confiscó la casa y sus propiedades. Los estudiantes que allí quedaban debieron irse, y la maison fue ocupada por los nazis. Recién sería reinaugurada años después de la liberación de París, en 1948, poco después de recibir la visita de Eva Perón.
La crisis de racionamiento persistía y los argentinos allí alojados dependían de los paquetes enviados por sus familiares con chocolate y cigarrillos. Con pilotos formados por Antoine de Saint Exupéry, luego empezaron a llegar en avión los primeros residentes argentinos, en los primeros vuelos comerciales entre Sudamérica y Europa. En el 51, fue el turno de Julio Cortázar, quien acomodó sus petates en la habitación 40. Fue una estadía de pocos meses, pero alcanzó para que el escritor argentino se empapara en el barrio que lo circundaba e imaginara el departamento de Oliveira, en la rue de la Tombe Issoire, y los paseos de La Maga por la rue du Cherche-Midi. La novela transcurre a metros del Parque Montsouris, donde los estudiantes hoy corren para mantenerse en forma, las parejas se besan en el césped verde flúo y la vida parece pasar, tranquila, en una especie de burbuja que los protege de la vida adulta.
Comentarios
Efectivamente conocer la Cité Universitaire de Paris es una grata experiencia para los que la disfrutan como estudiantes internacionales o para los que alguna vez también habitamos un campus de alguna universidad extranjera. Recomiendo la visita del pabellón argentino y de los distintos edificios comunes, bibliotecas, cafeterías, instalaciones deportivas y en fin, ese mundo tan inspirador de una juventud que estudia y se integra con sus pares de todo el mundo