San Javier es un paraíso enclavado en las sierras cordobesas que se ha puesto de moda. Apuntes de una zona que no para de crecer.
Cansados del estrés, hace más de dos décadas, Juan Ramos y su segunda esposa abandonaron la ciudad de Buenos Aires para instalarse en San Javier, un pueblito de Córdoba (Argentina) de apenas 3.ooo habitantes que por entonces apenas contaba con un centenar de almas. No fue fácil: ambos venían con hijos de matrimonios anteriores y en edad escolar y ahorros que apenas alcanzaban para unos meses. Tampoco tenían amigos en la zona, pero igual se lanzaron a la aventura, cuenta Ramos. Para colmo, al poco tiempo de instalarse, en el 2001, los sorprendió la crisis económica: “Se congelaron todas las operaciones inmobiliarias y nadie construía”, recuerda. Sin embargo, nunca se arrepintió de la decisión: en este pueblo serrano nació Jazmín, la primera hija de la pareja y también “un nuevo Juan”, como él se define. Fue aquí, en el Valle de Traslasierra, donde el jefe de esta familia aprendió a cortar leña, a localizar el ojo de agua de una vertiente, y a seguir el rastro de un potrillo perdido. “Gané tiempo para disfrutar con mi familia, poder tomarme un aperitivo un viernes a la tarde junto al arroyo no tiene precio”, cuenta. Acá se duerme la siesta, se hacen mermeladas y se deja que los hijos crezcan libres y sin preocupaciones, dice.
Como la de los Ramos, en el lugar se escuchan decenas de historias similares: de hecho, más de 70 familias, casi todas provenientes de Buenos Aires o de grandes ciudades como Córdoba y Rosario, se han instalado en los últimos años en este vergel serrano. El boom turístico que desde hace un tiempo atrae a personajes del showbiz local se debe a estos nuevos residentes, que inyectaron profesionalismo y know-how en la gastronomía y hotelería de esta zona rural ubicada en el oeste de Córdoba, al pie de las Sierras Grandes. Unidos por la misma carretera, dos pueblos -San Javier y Yacanto, que comparten municipalidad- y la comuna de La Población se disputan el primer lugar entre las preferencias de los turistas, la mayoría porteños que en verano, invierno y Semana Santa llegan hasta esta región para dedicarse a ejercitar el dolce far niente.
«Aquí vienen turistas -entre los que se cuentan varios extranjeros-, personas con ganas de cambiar de estilo de vida y también inversiones privadas», dice, por su parte, Ismael Broglia, al frente del complejo de cabañas Las nubes, que se rentan para turistas y están ubicadas en un encantador bosque atravesado por un arroyo. Para este emprendedor, las limitaciones al crecimiento de la zona son «la escasa infraestructura y las crisis políticas: el ultimo intendente fue destituido por corrupción y actualmente hay otra conducción que intentar organizar el turismo con los recursos disponibles». También es una limitación, dice Broglia, no contar con gas natural. Pese a ese escenario, destaca la propuesta gastronómica «de primer nivel y la instalación de pequeñas bodegas que se han incorporado al circuito turístico, como El Noble de San Javier y Finca La Matilda». En verano, recalca, la zona es un paraíso en el que el calor es casi una excepción, gracias su densa vegetación y microclima, seco y rico en ozono y con temperaturas medias de entre 16 y 24 grados durante gran parte del año.
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