Una habitación frente al mar, en el Holiday Inn Resort de Ixtapa. El sueño del cuarto propio de Virginia Woolf fue posible en el océano Pacífico.
Para escribir ficción, sostenía Virginia Woolf, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio. Con estos dos elementos, en apariencia superficiales, la escritora inglesa sintetizaba en los años 20 las bases de la autonomía femenina. Sin finanzas propias -ni las de su cónyuge, ni las de su padre-, ni una habitación donde encerrarse para dar rienda suelta a su imaginación, sin hijos o marido que le reclamen la cena, es imposible que una mujer pueda desarrollarse en la escritura. La idea de Woolf, simple y genial, volvió a mi mente cuando entré a mi habitación en el Holiday Inn Resort Ixtapa. Después de un vuelo de apenas 50 minutos (desde Ciudad de México) en Viva Aerobus y un check -in rapidísimo, entré a mi cuarto, en el piso 10, y sonreí. Tenía frente a mí el océano Pacífico, turquesa y embravecido. Y entre él y yo, un balcón con una mesa y una silla. Podrá parecer una frase dramática, pero, en ese momento pensé, durante tres días, seré dueña de mis actos y palabras. Dueña de un cuarto propio. Con semejante vista, me costó salir de la habitación, a pesar de que Visitiz, la Oficina de Convenciones de Ixtapa y Zihuatanejo, había organizado excursiones tan exóticas como entretenidas, como el paseo en kayak por la Barra de Potosí y avistamiento de aves en el manglar. Además, Carlos, el gerente de entretenimientos de este resort all inclusive, se puso al frente -sí, ¡el gerente!- de un paseo en bici por el Parque Ecológico Aztlán, en el que no faltaron los osos hormigueros y los cocodrilos, y que me dejó agotada y algo perpleja, pues por más que lo intenté, no recordé la última vez que había andado sobre dos ruedas (¿habrá sido a los 15?).
En resumen, solo salí de mi reino privado para los paseos programados y algún que otro desayuno -no suelo comer mucho a la mañana, pero el buffet de Frutas y Flores era sencillamente espectacular-. Sin haberlo planeado, aproveché esa vista y ese escritorio improvisado frente al mar para escribir y escribir, primero mis artículos pendientes, luego algunas notas sobre mi reciente maternidad e incluso esbozos de un capítulo de mi tesis incompleta, que quedó abandonada en algún cajón hace unos años. Escribir sin más ruido que el de las olas al romper en la arena -qué delicioso dormir con ese arrullo non stop-, ni distracciones como el «Mamá, mamá» con el que me llama mi hijo cada diez minutos, fue una completa novedad. Hubo, sí, otra salida que atrajo mi atención y que me dejó mucho en qué pensar: la visita al Campamento tortuguero Ayotlcalli para presenciar una liberación de tortugas bebés. Son diminutas y, a pocos días de nacer, se las suelta en el mar, aunque de miles solo un par sobreviven a peligros como basura en el océano, que estos animalitos confunden con alimento. Este refugio queda entre la Barra de Potosí y Zihuatanejo, y me fue imposible no recordar los últimos minutos de Sueño de libertad , la película basada en un cuento de Stephen King en el que su protagonista habla de ese paraíso a orillas del mar llamado Zihuatanejo.
La última noche, «Mexicana», como es tradición en este Holiday Inn -se celebra cada ocho días, llueva o truene, para todos los que se hospedan allí- también me apartó, por una hora, de mi mesa con vista, ya para entonces tapada de libros y cuadernos. Entre stands de artesanías, música y platos de pozole y barbacoa, sin contar los mil y un brindis que hubo con mis compañeros de mesa, recordé uno de los motivos que me trajeron a este país. El disfrute por la comida y la bebida, la fiesta y la plática mientras se ve la vida pasar. Qué bueno que así sea.
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