El Algonquin fue testigo de las bacanales a las que Dorothy Parker y sus
amigos se entregaban en los mediodías neoyorquinos de la Era del Jazz. Es un hotel que data de 1902 y que ha estado íntimamente ligado a la historia del periodismo de Nueva York. Allí fue donde Harold Ross, fundador de The New Yorker, ganó una apuesta de póquer que le permitió financiar la revista. El Algonquin era también sede de la Mesa Redonda, como se conocieron las comidas literarias celebradas entre 1919 y 1929 en el comedor principal, que luego pasó a llamarse The Round Table Restaurant.

Suite John Barrymore, llamada así en honor al actor de teatro -y abuelo de Drew- que solía pernoctar en el Algonquin
Dorothy Parker era la gran figura de la Mesa Redonda. Escribía para Vogue y Vanity Fair y era el alma de la fiesta. Su soledad, sin embargo, parecía crónica. Bebía mucho -«porque tengo sed», solía decir- y elegía muy mal a sus novios. Se casó dos veces, pero no tuvo hijos. Dejó su dinero y los derechos de su obra a Martin Luther King, que fallecería un año después que la escritora. Como estipulaba el testamento de Parker, a la muerte de King los derechos pasaron a la National Association for the Advancement of Colored People. La ejecutora literaria del testamento era Lilian Hellman, que siempre había querido hacerse de los royalties de Parker, y que nunca se recuperó de esta desilusión. Como venganza, dejó la urna con las cenizas de la autora de La soledad de las parejas en un archivador.
«Hay tres cosas que nunca tendré: envidia, satisfacción y suficiente champán», decía Dorothy, que también amaba un buen Martini seco. La próxima vez que te prepares un coctel, brinda a su salud. Si te faltan las copas, cómpralas aquí
Comentarios
Yo paraba en un hotel de tercera en la calle 42, pero después de leer a Dorothy, siempre me daba una pasada por el bar del Algonquin. Creo que más de un parroquiano hacía lo mismo que yo.