Hoteles para olvidar. No hay dónde esconderse. En el quinto piso del Melrose Georgetown Hotel
en Washington DC, Estados Unidos, cuesta horrores escabullirle a los símbolos religiosos. Abres la ventana de la habitación 516 y ahí está: la voluminosa cruz de la Saint Stephen Martyr Church. Abres el cajón de la mesa de luz y otra vez: de sus profundidades emerge una Biblia, el kit espiritual presente en gran parte de los hoteles no sólo de Estados Unidos sino también del mundo. ¿Cuándo fue que este libro se volvió parte indispensable del mobiliario de una habitación, al igual que una cama o un inodoro? ¿Por qué es más fácil hallar una Biblia que un tubo de pasta para los dientes en estos cuartos?
Lo cierto es que aquí, en este hotel ubicado a siete cuadras de la Casa Blanca, hay una. Y está como nueva. Flanquea una cama extremadamente grande, de esas en las que si uno está acompañado no encuentra durante a la noche a su pareja —¿dónde está, adónde se fue? ¿me abandonó?— y si se está solo es como reposar en un océano calmo, blanco y aparentemente infinito.
Las paredes grises de los pasillos y los pisos alfombrados azules vuelven a este hotel tranquilo y confortable en uno rápidamente olvidable. Pues más que ser uno de aquellos sitios que quedan prendidos en la memoria se trata, más bien, de un hotel para empresarios en tránsito. Es un hotel funcional: un sitio donde bañarse, dormir y partir a la mañana siguiente sin registros o recuerdos del ayer.
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